13/2/07

Sueño nº4.-

De pequeñas, jamás hubiera pensado que esta situación se pudiera producir, pero con el paso del tiempo, mis sueños se inclinaron hasta el extremo de, en ocasiones, rozar la más absoluta de las perversiones que Nabokov jamás imaginó con su Lolita.

Eran dos hermosas gotas de agua. Rubias, ojos azules, exquisita educación y la esbeltez de la madre, modelo de alta costura alemana, que por azares del destino, había ido a parar a Buenos Aires a realizar un desfile, conociendo allí al que sería su marido y padre de las celestiales criaturas, un fotógrafo de tres al cuarto con más calidad que suerte en el trasnochado mundo del pret a porter…

Victoria y Soledad… que lindas minas, todavía, créanme, no sabría sin besarlas, quien es una y quien es la otra. Sus besos era el único modo de distinguirlas. La dulzura de los besos de Soledad, contrastaban con la pasión desenfrenada de Victoria…

Cuando llegué a vivir a Buenos Aires, su familia habitaba el apartamento que se encontraba frente al mío, en el hueco de luz de un antiguo edificio en el Barrio de Caballito, de este modo, las ventanas de la cocina, el dormitorio y el cuarto de baño, estaban apenas separadas por dos metros, la distancia que delimitaba aquel hueco por el que entraba la contagiosa luz del cielo Bonaerense... El anterior inquilino había cedido a la madre de mis pesadillas, la posibilidad de instalar un tendedero corredizo en la ventana de mi cocina, de esta forma tan doméstica se inició nuestra familiar relación. Uta, que así se llamaba la madre, era un encanto de mujer, reconozco que estuve enamorado de ella una temporada, pero cuando el amor de una pareja resulta grato y evidente, ni los sueños pueden competir con esa extraña fuerza, por eso mi amor por ella se fue extinguiendo, según iba comprobando la maravillosa relación que mantenía aquella familia.

Año tras año, Victoria y Soledad iban creciendo, escuchaba todos los días como avanzaban en las clases de piano, las horas que pasaban leyendo juntas….algo que he de reconocer, me produjo una sensación de alivio, después de padecer la falta de afán lector de un alto porcentaje de la juventud. Ellas leían con avidez, a pesar de su edad… y con su uniforme colegial eran una dura prueba de lealtad a las más correctas normas de una conducta, llamémosla civilizada…Lo prometo, estuve tentado, muy tentando, casi al límite del precipicio, pero mantuve mis principios y aguanté, pero sólo hasta los 16, la edad que ellas consideraron justa. No fui yo, vuelvo a prometer, lo tenían planeado y yo no tuve más remedio que ceder – reconozco que quise ceder, acepté ceder, me encantó ceder – pero ya es tarde y nadie me exime de culpa…

Una vida viendo como crecían y preguntándome que leían, y aquel día ellas me dieron todas las respuestas. Su padre, fotógrafo, era un apasionado de la literatura erótica, poseía toda la colección de la sonrisa vertical, aquellos ejemplares con la sobrecubierta rosa, que yo, torpe de mí, confundí con novela de amor. Claro, tanto amor tenían aquellas novelas que habían sido leídas y releídas una y otra vez por mis pesadillas, mis maravillosas pesadillas, que al final y para suerte mía, fui el elegido para poner en práctica aquellos conocimientos acumulados.

La trampa era perfecta, sus padres habían partido esa misma mañana a visitar a unos familiares a Bariloche, ellas ya habían cumplido los 16 años y tenían bien preparado su plan para….bueno, en mi sueño fue así:

Anochecía en Buenos Aires, recién llegado del trabajo y después de la ducha, me disponía a servirme un mate cuando tocaron en la puerta… Era una de las gemelas con su uniforme colegial – deberían estar prohibidos a partir de los catorce años – compuesto de una pollera de cuadros rojos y grises, si, de esas con tablas plegadas unas sobre otras y recogidas todas en un lateral con un imperdible; una camisa blanca de manga corta, que a mi se me antojaba semitransparente y unos calcetines de hilo blanco justo por debajo de la rodilla. Allí estaba ella – les prometo que no sabía cual de las dos era, todavía no las había besado – con timidez, me explicó que desde hacía horas faltaba la corriente eléctrica en su apartamento y me suplicó que la acompañase a ver si podía solucionar el problema. Su puerta se encontraba al lado de la mía, estaba entreabierta y asomaban destellos de luz y un aroma de jazmines mezclado con el vapor del agua caliente… Al abrirse, un pasillo de velas encendidas me indicaba el recorrido, la colegiala me cogió de la mano y me guío por el sendero de la luz de mis sueños más prohibidos. Al avanzar por el mágico hilo de Ariadna, el jazmín y el vapor se hacían más intensos, justo al llegar al cuarto de baño comprendí que allí se encontraba la fuente donde emanaba el perfume lascivo que me embriagaba. Ella, la que faltaba, el otro otolito que equilibraba mi rumbo sexual y me estabilizaba, sonreía desde la bañadera con su melena rubia mojada y restos de espuma en su cara - es el primer fotograma que recuerdo y se repite en mi sueño – rodeada de velas de colores que convertían aquel cuarto de baño en el mejor decorado de las mil y una noches… se levantó, descubriendo para mí su cuerpo adolescente desnudo, pequeños y duros pechos que todavía no habían cedido al empuje de esos grandes y sonrosados pezones, cintura prodigiosa para ser siempre asida, piernas largas donde perderse y olvidarse, vientre terso y suave coronado con una preciosa mata de vellos rubios que ocultaban aquella concha…

Su hermana, soltó mi mano y le acercó una toalla de color púrpura. No podía ser, era como en el cuadro, El nacimiento de Venus de Sandro Botticelli se materializó exclusivamente para mí. Nunca mis sueños habían estado tan documentados, siempre habían sido un tanto espontáneos… Pero claro, no era cosa mía, todo estaba concienzudamente preparado…

Todavía no había salido de mi asombro, cuando de nuevo la colegiala me cogió de la mano y me llevó por entre el sendero de velas hasta el salón de la casa, detrás, muy cerca, nos seguía Venus envuelta en ese manto púrpura…

El salón, lo habían preparado de tal modo, que más bien parecía la mejor habitación del palacio de Omar Kheyan… Alfombras, cojines, pareos de colores y barritas de incienso que se impregnaban con el aroma a jazmín…, todo preparado para lo que vendría a continuación…

Victoria y Soledad me confesaron que desde hace años siempre habían estado espiándome, me veían dormir desnudo en verano, escuchaban los jadeos de mis amantes y suspiraban con ser como ellas algún día…nunca sospeché que levantará pasiones en esas lindas minas, pero les puedo asegurar que efectivamente, levantaba pasiones…

Tantos libros leídos, tantas caricias soñadas, tantas técnicas aprendidas y me estaban diciendo que el destinatario de todo aquel aprendizaje iba a ser un servidor… ¿se imaginan…?.

La colegiala acercándose, me sujeto las mejillas dulcemente y me beso con dulzura, era Soledad. Victoria sin embargo, me mordió el labio inferior mientras agarraba mi nuca y dejaba caer con sensualidad aquella toalla púrpura a modo de manto. Su desnudez empezó a invadir todo mi cuerpo, sentí como sus pezones rozaban mi piel y dejaban marcados los surcos del deseo…Soledad comenzó a desnudarse frente a nosotros, muy lentamente, observando como su hermana revoloteaba sobre mi, sujetando mis cabellos y recorriendo con su lengua mi cuello y orejas. Ni que decir tiene que mi estado de excitación rozaba el ocho en la escala de Richter…Fue entonces cuando las tuve a las dos desnudas frente a mi, ahí supe de la importancia de los besos y caricias para distinguirlas. Los arañazos son de Victoria y los besos de mariposa eran de Soledad, los orgasmos desbocados de una, se contrarrestaban con la poesía de la otra, mientras se erizaban nuestros cuerpos en el frenesí del ardor amoroso.

Contarles que sentí como me desbordaba el placer podría parecer vanidoso por mi parte, pero les prometo que así fue. No acababa una experiencia cuando ya estaban preparando otra, mientras una jugueteaba con mi pene la otra me besaba por todo el cuerpo. Mi primer beso negro me lo dio un ángel rubio, paradojas de la vida.

Me enseñaron como masturbar a una mujer, yo que me creía poseedor de la técnica sagrada, comprendí lo poco que sabía al respecto. La importancia de la presión y de la cadencia del movimiento, dejarse llevar por el temblor del cuerpo que señala el estado de excitación, entrar en el ritmo corporal del orgasmo con tus dedos o tu lengua.

Victoria y yo masturbamos a dueto a Soledad. Nunca antes había aprendido tanto en tan poco tiempo, sus dedos guiaban a los míos, su lengua enseñaba a la mía. Recorrimos la vagina de Soledad diez mil veces, aprendí cada pliegue, cada extremo sensorial de su piel, cada vello, cada poro… Soledad besaba a su hermana, mientras apretaba mi cabeza entre sus piernas, de pronto, Victoria me separó y tomó el mando de la operación. Como quien lame un helado de vainilla, con un movimiento lento de abajo hacía arriba, recorría con su lengua desde el orto hasta el clítoris, muy despacio, una y otra vez, aunque no más de diez veces quise contar, al momento, Soledad arqueo todo su cuerpo, Victoria me acercó a aquella fuente de pasión y me hizo beber el elixir final de su hermana que estallaba en un orgasmo fabuloso.

Mientras todavía recordaba los suspiros de Soledad, Victoria solicitaba mis besos y caricias. Tumbados entre cojines, sentía sus uñas recorrer mi cuerpo, eran largas y limpias, nada de pintura ni modas. Pellizcaba mis pezones y chupaba con fricción los lóbulos de mis orejas, sujetaba con firmeza mi pene, comenzando a masturbarme con cierta rudeza, que no digo que me disgustase, pero no estaba acostumbrado a que una mujer me tratase así. Cuando estuve a punto de explotar, apretó con firmeza mi glande unos segundos, a continuación empezó a chuparlo muy despacio, sólo con la punta de la lengua, mordisquitos y succiones, mordiscos y succiones, horas, siglos de angustia emocional hasta el punto de llegar al colapso. Ella sabía manejar el diapasón del sexo como nadie, dejó con dulzura de apretar mi glande, para en un par de movimientos introducirlo en su vagina ya por entonces húmeda y perfectamente lubricada. Encima de mí, comenzó a moverse de manera felina, sus uñas marcaban mi pecho y sus piernas apretaban con firmeza mi cuerpo, Victoria me estaba volviendo loco. Fue entonces cuando Soledad entró en escena, nos paró de inmediato para comenzar ella a dirigir las maniobras. Colocó su hermana a cuatro patas frente a mí y con un bote de vaselina, empezó a untarle el orto, introduciéndole con suavidad uno de sus dedos. Victoria se retorció de placer, mostrando con una mueca en su rostro la satisfacción que le producía esa sensación. Con maestría, Soledad poco a poco iba consiguiendo que aquel culito estuviese preparado para recibir mi verga que esperaba solicita la señal de acometer aquel objetivo. Soledad me cogió el pene con firmeza y lo introdujo de manera suave en el culito de su hermana. Cuando se encontraba perfectamente acoplado, con una mano en mi vientre y otra en mis testículos, me iba marcando los tiempos a ritmo de caricias. Ella conocía a su hermana a la perfección, sabía cuando iba a llegar al orgasmo y aminoraba mis movimientos presionando mis testículos, algo que a mi me volvía loco pero que nunca dejaré de agradecerle. El momento del orgasmo fue espectacular, con los primeros gemidos de Victoria, Soledad apretó con firmeza mis testículos y pellizcó el clítoris de su hermana, cuando iba a reventar mi escroto por mi orgasmo que llegaba, liberó de golpe la presión que ejercía, para provocar la eclosión más sublime que jamás hubiera experimentado. En ese preciso momento, Victoria también se corría, aguantando con su mano la de su hermana que continuaba pellizcando la llave del cofre de mi tesoro. Terminamos abrazados de lado, con mi pene todavía en su culito y Soledad de rodillas sonriendo cómplice de aquel juego de amor.

Sudorosos los tres, algo más cansado yo, he de reconocerlo, nos tumbamos a dormir en una escena que recuerdo con nostalgia. Ellas, acurrucadas a ambos lados de mí, y yo absorto en mis sueños como ahora…soñando despierto mil verdades, que sucederán algún día.

Dedicado al Hombrelobo-x, mi Apa del Mus.

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