18/4/09

“MI CAMINO DE SANTIAGO” por Mamé Valdés



Hacía mucho tiempo que quería escribir sobre el Camino de Santiago, pero siempre que lo intentaba no conseguía dar comienzo, porque quiero expresar tantas cosas en tampoco espacio, que me quedaba en blanco y las musas nunca aparecían.

Cuando escuchaba las palabras, Hospitaleros, Jacobeo, Albergues, Etapas, Credencial, Románico, Peregrino… a mí me sonaba siempre a magia.

El hacerlo era una utopía que creía que nunca realizaría, no podía utilizar las vacaciones de un año y pasármelas andando, era más por falta de tiempo que por ganas, pero de pronto mi vida dio un giro, disponiendo de mucho tiempo libre y aún de más ganas de realizarlo.

El camino puede ser una experiencia religiosa, cultural, turística, gastronómica, deportiva o todas juntas.

Todo empezó en octubre del 2005, esta aventura se inició en los Pirineos, en la misma frontera francesa en Somport, llegar allí ya era complicado, trenes, autobuses, taxis y todo eso muy lejos de nuestro pueblo.

Recorrimos las provincias de Huesca, Pamplona, Logroño y Burgos, ese primer año hicimos cerca de 400 kilómetros y ya en el 2006 lo empezamos en la misma Catedral de Burgos, y cruzamos las provincias de Palencia, León, Lugo y A Coruña, andando los 500 kilómetros restantes.

Durante este largo recorrido, pudimos visitar los monumentos y lugares más pintorescos de toda la parte norte de la península, desde el Monasterio de San Juan de la Peña,
Castillo medieval de Javier, el templo más misterioso del románico español, la Ermita de Santa María de Eunate, la Catedral de Burgos declarada patrimonio de la humanidad, la Plaza de Regla en León, la Cruz del Ferro en Foncebadón, el Monte de Gozo y al final el Pórtico de la Gloria o la Plaza del Obradoiro ya en Santiago de Compostela.

Pudiendo disfrutar de la gastronomía más variada y exquisita de todos los lugares que íbamos visitando, el cocido montañés, el cocido maragato, el pulpo con cachelos, el cordero lechal, le olla podrida, el botillo del Bierzo, la cecina de León, la morcilla de Burgos, el queso de tetilla, los espárragos de Navarra y los mas apetitosos platos típicos de cada comarca, así como su elaboradas reposterías.

Y como no, sus vinos y licores, los caldos de la Rioja, el albariño, el ribeiro, los orujos Gallegos, el pacharán de Navarra, todo esto rodeado de pueblecitos, ríos, montañas, páramos, valles, llanuras, sol, lluvia, nieve, calor, frío, barro y mucha naturaleza, y con una compañía de expertos caminantes y amigos los más importante.

Describir el ambiente que se vive en los albergues es difícil, en más de una ocasión era una convención de las Naciones Unidas, había gente de los cinco continentes, muchos europeos, canadienses, norte americanos, de todos los países sudamericanos, sobre todo brasileños gracias al escritor Paulo Cohelo y algún que otro japonés y coreano. Aquí no se distingue de edades, razas, nacionalidades, sexos y hasta de religiones.

En los albergues de peregrinos por muchas tarjetas de créditos y mucho poder adquisitivo que el caminante posea, dormirá en las mismas camas, utilizará las mismas duchas y servicios y comiendo la misma comida.

Eso hace que seamos más humanos al encontrarnos en las mismas condiciones, se ignoran los perjuicios y las ataduras de la vida ordinaria y te unes en los obstáculos e imprevistos que vayan surgiendo en el día a día.

El final del camino es la Ciudad del Apóstol, donde se realiza el ritual del peregrino en la catedral, dirigiéndonos primero al Pórtico de la Gloria, la obra cumbre del románico en los caminos de la peregrinación, luego a la oficina del peregrino (La Casa do Deán) y colocarnos el último sello en nuestra credencial al tiempo que recogemos nuestra “merecida” Compostelana.

Y para completar el ciclo ritual ascendemos al Camarín del Apóstol para darle un efusivo abrazo.

Dando por terminada esta andanza, ¡buen camino, a los futuros peregrinos!




MAMÉ VALDÉS 2OO7

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