Era el lunar de mi deseo, sólo con cerrar los ojos, su imagen aparecía resplandeciente ante mí dando origen a infinidad de sueños. Estaba ahí, donde siempre quise estar, con mi mejilla rozando su pecho, en el derecho, como cuatro centímetros por encima del pezón hacía la izquierda, donde empieza la bajada al canal de la perdición de cualquier hombre…
Este sueño se produjo en los primeros días de otoño, en un viaje a Formentera con la familia. Después de un día maravilloso en la Playa de Migjorn, con nuestros cuerpos bronceados y cansados, regresamos a nuestra casa en Estany des Peix, al lado de la Savina. La vista del Lago con Ibiza al fondo era espectacular. Mi hermano y yo comentamos mientras preparábamos la cena – lomo ahumado con un apaño de salsa de pimienta verde, ensalada de cangrejo, queso brie y vino tinto de las Islas- la pureza del ambiente de la Isla, su desarrollo sostenible, sus playas nudistas, las chicas de las playas nudistas…
Cenamos en la terraza delantera de la Casa, la que estaba situada frente al Lago, tenía una higuera espectacular soportada por mil palancas, era como un laberinto de varas irregulares que rodeaban al tronco central sujetando cada una de sus ramas, un prodigio de la arquitectura natural. Cuando cerré los ojos aquella noche, el silencio me convirtió en vara de higuera que trepaba por tu cuerpo hasta detenerse en tu lunar… te levantaba de la cama dejando caer suavemente las sábanas que caían inertes. No te despertabas, permanecías con la felicidad cómplice que reflejaba la sonrisa de tus labios. Contigo desnuda en mis brazos, que eran también ramas o varas de higuera, se produjo la mutación sabia del deseo que convierte al hombre en cualquier objeto. Deposité lentamente tu cuerpo sobre una nube de algodón blanco que resaltaba tu piel morena. Mi niña, cuanta belleza en un cuerpo desnudo de mujer. Estuve horas, días, quizás años mirándote. Tus labios brillaban con destellos de besos, tus pechos se movían leves al compás de tu corazón; tu vientre inhalaba dulzura y pasión, cuando gozoso, enardecía en antorchas de fuego solicitando mis caricias.
Anduve entre tus cabellos negros perdido y confundido, quería besar esos labios que brillaban solícitos, bailar con tus pechos al compás del son cubano, acariciar el lunar que embriagaba mis sueños, sucumbir con la dulzura y pasión de tu vientre, para luego, muy despacio, extraer el líquido sagrado que envolvía tu clítoris…
Pero al despertar, el hombre se hizo higuera y volvió a la tierra para contemplar extasiado como crecía su niña del lunar en el pecho.
Este sueño se produjo en los primeros días de otoño, en un viaje a Formentera con la familia. Después de un día maravilloso en la Playa de Migjorn, con nuestros cuerpos bronceados y cansados, regresamos a nuestra casa en Estany des Peix, al lado de la Savina. La vista del Lago con Ibiza al fondo era espectacular. Mi hermano y yo comentamos mientras preparábamos la cena – lomo ahumado con un apaño de salsa de pimienta verde, ensalada de cangrejo, queso brie y vino tinto de las Islas- la pureza del ambiente de la Isla, su desarrollo sostenible, sus playas nudistas, las chicas de las playas nudistas…
Cenamos en la terraza delantera de la Casa, la que estaba situada frente al Lago, tenía una higuera espectacular soportada por mil palancas, era como un laberinto de varas irregulares que rodeaban al tronco central sujetando cada una de sus ramas, un prodigio de la arquitectura natural. Cuando cerré los ojos aquella noche, el silencio me convirtió en vara de higuera que trepaba por tu cuerpo hasta detenerse en tu lunar… te levantaba de la cama dejando caer suavemente las sábanas que caían inertes. No te despertabas, permanecías con la felicidad cómplice que reflejaba la sonrisa de tus labios. Contigo desnuda en mis brazos, que eran también ramas o varas de higuera, se produjo la mutación sabia del deseo que convierte al hombre en cualquier objeto. Deposité lentamente tu cuerpo sobre una nube de algodón blanco que resaltaba tu piel morena. Mi niña, cuanta belleza en un cuerpo desnudo de mujer. Estuve horas, días, quizás años mirándote. Tus labios brillaban con destellos de besos, tus pechos se movían leves al compás de tu corazón; tu vientre inhalaba dulzura y pasión, cuando gozoso, enardecía en antorchas de fuego solicitando mis caricias.
Anduve entre tus cabellos negros perdido y confundido, quería besar esos labios que brillaban solícitos, bailar con tus pechos al compás del son cubano, acariciar el lunar que embriagaba mis sueños, sucumbir con la dulzura y pasión de tu vientre, para luego, muy despacio, extraer el líquido sagrado que envolvía tu clítoris…
Pero al despertar, el hombre se hizo higuera y volvió a la tierra para contemplar extasiado como crecía su niña del lunar en el pecho.
1 comentario:
Saludo!
Llegué a curiosear por recomendación de María. Me dijo que este blog me gustaría y la verdad es que no se ha equivocado.
Qué bien que juegas con las palabras chiquillo!!!
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