1/2/07

SUEÑO Nº 2

Hacía calor, mucho calor. Desde la ventana de mi estudio se divisaban las azoteas de la parte antigua de la ciudad, era como la visión de la cámara oscura de la Torre Tavira de Cádiz, la ciudad viva en su altura menos visitada, las azoteas.

Cada día, tomaba el primer café recostado en el alfeizar de la ventana, convertí aquella pequeña porción de madera en mi primer aliado del día. Desde allí, tras las cortinas, saboreando cada sorbo del estimulante matutino, oteaba el horizonte de tejas, ropa tendida, vuelo de palomas, enseres variopintos… pero sobre todo, a aquella joven que tendía la colada temprano, antes de, intuyo, acudir a su cita cotidiana en la facultad, siempre creí que era universitaria, no se porque…

No había una pauta concreta en la aparición de la joven, imagino que depende del grado de suciedad que acumulase la ropa o si tenía que cambiar las sábanas… pero si tendía por la mañana, recogía al mediodía, por lo que yo intentaba hacer coincidir en lo posible mi horario para poder observarla.

Una mañana calurosa de julio me disponía a tomar el café, cuando de manera instintiva realicé un esperezo, el torpe gesto hizo que se descolgasen las cortinas con el consabido alboroto, no me había dado cuenta que en la azotea ya se encontraba la chica de mis sueños, que con una pinza de tender sujetada con los labios y con un escorzo sublime, tendía unas sábanas de fino hilo de holanda… Estaba mirándome, frente a mí, todavía sujetaba con una mano el extremo de la sábana, Tenía puesta una camiseta blanca de esas largas que se usan para ir a la cama, unas braguitas que se adivinaban minúsculas, y por la libertad de movimiento, pero con la certeza de la firmeza de sus pechos, puedo decir que no llevaba sujetador, así estaba en el momento que ese rayo de luz mostró la transparencia del más perfecto cuerpo de mujer. El claro oscuro del contraluz dibujó la silueta que me persigue desde entonces en mi sueño. Reliado en la cortina, con la taza de café en la mano – milagrosamente no se había derramado ni una gota – memoricé ese instante para el resto de mi vida. Hermoso recuerdo que ahora diluyo con otros en un frasco de ungüentos de amor para recuperar la cordura.

Sonreías, te hizo gracia la torpeza de este ya para siempre tu humilde siervo. Me hiciste un gesto que tomé como saludo y te lo devolví

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