4/4/07

LA ROSA DE LOS VIENTOS


Cerámica en Cuerda Seca de Amparo Moreno



LA ROSA DE LOS VIENTOS:

Círculo que representa la circunferencia del horizonte y que lleva marcados los cuatro puntos cardinales (Norte, Sur, Este y Oeste) y sus intermedios (Noroeste, Noreste, Suroeste y Sureste), al objeto de poder determinar la dirección de los vientos.



Sueño nº5.-


"Viento del Sur"


Cuando sopla el Viento del Sur, el agua viene de la playa con fuerza, golpeando los rostros con fragancias de tierras hermanas. Dentro de cada gota se encierra el misterio de nuestros antepasados y los sueños lejanos se hacen próximos con la lluvia…

Hacía mucho tiempo que quería hacerlo, pasear bajo un fuerte aguacero con las manos en los bolsillos, sin pensar en nada ni nadie, sólo con mí desaparecida sombra como testigo.

Aquella mañana llovía con cierta constancia, pero nada presagiaba la tromba que salida de los infiernos del Atlántico iba a sacudir Chipiona en unos instantes… Los eucaliptos de Villacañas anunciaban desde su altura la tormenta, nosotros, humanos insensibles a su lenguaje no entendimos la llamada. De pronto, con virulencia, comenzaron a caer los primeros goterones entre sus primas hermanas las pequeñas gotitas de lluvia, que hasta entonces nos estaban acompañando. Esos goterones avisaron a unos cuantos más y estos a otros…en definitiva, se lió la de Noe, todo aquel que como un servidor se encontrase en la calle, acabo empapado y muerto de la risa, por la maldita suerte de estar allí en medio en el momento menos adecuado.

Cuando me disponía a regresar a casa para cambiarme de ropa, una chica que estaba sacado agua de su casa con un cepillo, me advirtió de la tapa de la alcantarilla que los servicios municipales habían levantado par facilitar el desagüe de las aguas de lluvia. Distraje mi vista para con un gesto agradecer el aviso – éste si lo entendí, el de los eucaliptos obviamente no – pero con torpeza tropecé con el bordillo y terminé con mis huesos en el charco que ocupaba toda la calle al lado justo de la tapa de la alcantarilla… rápidamente miré en todas direcciones– como todo aquel que se cae – para evaluar el alcance de mi ridículo, no había que preocuparse, tan sólo ella me estaba mirando, eso si, abrazada al cepillo, ocultando la carcajada que le causó mi caída.

Me reincorporé, sacudí mi desaliñada vestimenta como si quisiera devolverle el lustre original y me acerqué hasta la reja de la casa, ella ya había podido controlar la risa, pero su rostro reflejaba el rato tan divertido que le estaba proporcionando mis ganas de paseitos bajo la lluvia.

Perdona - me dijo con el rictus de ser cierto, aunque con síntomas de compasión por mi aspecto – pasa un momento y sécate por Dios – ciertamente su acento no era de por aquí - que vas a coger una pulmonía, me siento responsable de tu batacazo.



Te lo agradezco, de verdad, pero de no ser por ti ahora estaría dentro de la alcantarilla



De todos modos pasa, tomamos un té y te secas un poco.


Allí estaba yo, quitándome los calcetines en el pasillo de una casa que olía divinamente a té con hierbabuena recién hecho. La camisa, los pantalones, todo estaba empapado. Ella llegó al momento con una taza de té y una toalla.

Vamos, quitate toda la ropa que la meto en la secadora y en diez minutos la tienes seca.

No por favor, no te molestes, no es necesario



Insisto – dijo con una voz entre solícita y severa- mientras tomamos el té se secará, ya lo veras.


Tendría treinta y tantos años, tez morena, rasgos árabes - hasta ese preciso momento que me disponía a quedarme en cueros no me había fijado en ella, tan sólo en su acento - no hizo ademán de moverse, esperaba a que yo le diese la ropa, tenía unos ojos negros como su pelo, mejillas redondeadas y pestañas de esas que no necesitan de carbón activado para mantenerse firmes protegiendo aquellos ojazos. Desabrochaba mi camisa cuando me vi en la obligación de advertirle que desde pequeñito no usaba ropa interior. Ella, sonriendo, me dijo que era la mayor de cuatro hermanos y que no pensaba asustarse por ver otro hombre desnudo. Fuera, seguía soplando con fuerza el Viento del Sur, dentro, yo desabrochaba los primeros botones de mis vaqueros. Antes de quedarme en completa pelota picada, cogí la toalla para intentar tapar mis vergüenzas, algo que resultaba complicado por el tamaño de la misma, no de mis vergüenzas, que con el frío y la humedad se encontraba como ustedes se están en estos momentos imaginando. Sentado en un confortable sofá, con la toalla y la taza de té, esperaba acontecimientos a la vuelta de mi anfitriona que marchaba a la cocina a meter la ropa en la secadora. Se fue por el pasillo y supe que soñaría con ella.

Al volver lo hizo cambiada, se había soltado el pelo y lucía una sonrisa nerviosa – la misma que nos atenaza a todos cuando deseamos algo que no nos atrevemos a pedir – era el momento, la situación, el azar, el destino, el Viento del Sur me trajo a ella, como su voz a los Triana. Le dije que se sentase a mi lado, ella lo hizo en el filo del sofá con las piernas entrelazadas… Ni siquiera hablé con ella, nuestras miradas se sostuvieron un instante y tuve que besarla, sus ojos negros me lo estaban pidiendo, sus pestañas solicitaban rozar mis mejillas con besos de mariposa. Fue un beso largo, tierno, suave, juvenil…de esos que uno tiene miedo a que se acaben. Para entonces mis vergüenzas asomaban bajo la pequeña toalla, ella se recostó en el sofá y fue entonces cuando girándome, la abrace en un beso infinito, introduje mi mano buscando sus pechos, los acaricie con ternura sopesando su volumen. Ella sujetaba mi nuca y acariciaba suavemente mi cintura, sentía su respiración pausada y serena, trasmitía paz y armonía a mis movimientos. Desabroché su bata y la abrí descubriendo su desnudez. Un pequeño tanga negro no ocultaba lo suficiente una magnífica mata de vello rizado, oscuro, inquietante, mágico… Tenía unos muslos carnosos y firmes, abrió un poco sus piernas permitiendo que mi mano recorriera el interior de sus muslos, la suavidad de aquel tacto hizo que olvidara por un instante la llamada de su vulva. Por encima del tanga notaba los rizos de su vello púbico, era como un pequeño cojín acolchado, suave, tierno. Mis dedos apartaron el trocito de tela que protegía su vagina, con facilidad encontraron la complicidad de sus labios mayores, ascendieron hasta el clítoris impregnándose de flujo de la pasión, lo acariciaron con pausa y precisión, los besos continuaron durante unos minutos, las caricias se hicieron más intensas. Ella, si dejar de besarme, deslizó su mano buscando mi pene, apartó definitivamente la pequeña toalla y lo acarició sin apropiarse de él, lo rozaba con sus dedos, con la palma de la mano, con los nudillos, pero no lo cogía, eso me provocaba la espera de sentir como lo agarraba con fuerza y me destrozaba de una vez. La sangre empezaba a agolparse en mi glande, su clítoris mostraba síntomas de estar alcanzando su clímax, el Viento del Sur golpeaba con fuerza en las contra ventanas, las gotas de lluvia marcaban sus ritmos en el toldo del jardín, nuestro gemidos se ocultaron con la tormenta de aquella mañana de noviembre que empapó nuestros sueños.

Mientras me vestía, ella contemplaba la escena al fondo del pasillo. A las 7’15 sonó el maldito despertador y ella ya no estaba.








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